En cálidas despedidas hacia la tarde,
la luna sobre el sol se desprendía,
en colores trágicos, agrietados sobre el aire.
La calma, vestida de tenues alaridos lejanos
inaudibles, inquietos y distantes,
era devorada por el fuego, entre sus fauces,
Por las ruidosas moscas del vinagre…
porque, sobre la soledad tibia de susurros,
caían gotas oscuras, espesas de sangre.
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