Una voz en mi cabeza
   
 
  "Melancolía" -- 4 de mayo de 2008

En una pequeña mansión, apartada de la ciudad, hay un colorido jardín, exuberantemente cuidado, un manto de césped cubre hasta la última y más recóndita esquina, cuatro robustos árboles que aparecen colocados grácilmente en rombo dejan caer marrones hojas de otoño que se tambalean hasta el suelo, la mayoría de estas se amontonan ya cerca del blanco muro que rodea al jardín incluso, algunas, escapan ya entre los robustos barrotes de la verja negra, cerca de allí, donde las hojas se acumulan en grandes montones, dormita apaciblemente tendido en el suelo un viejo y lastimero anciano.

Tu cabeza reposa plácidamente sobre el exuberante manto de césped, su olor, el característico olor de la hierba recién sesgada despierta en ti antiguos recuerdos, comienzas a sentir el sabor a épocas pasadas, el curso lento de otros tiempos, todo vuelve a ti, todo vuelve con mayor fuerza que nunca y se instala para siempre en tus pensamientos, tu mente vuelve a evocar de nuevo como bajo estos mismos árboles castaños engalanados por los destellos dorados del sol, rieron una vez felices y despreocupados tus hijos, como bajo estas mismas ramas mecidas hoy por la soledad, te abrazaron y quisieron una vez de forma infinita, como bajo estas hojas marchitas carentes hoy de vida, te besaron y amaron como si cada vez que lo hicieran fuera la última.
Los fantasmas del pasado siguen echando su aliento en tu nuca después de tantos años, apartas la mirada de los árboles, intentando volver la espalda a los recuerdos, enterrándolos para siempre en el olvido, tus ojos se detienen esta vez sobre el muro blanco, surcado íntegramente por las pródigas enredaderas, un par de pájaros coquetean apasionadamente a su sombra, aún logras recordar cuando allí mismo abrazaste a tu esposa a la luz de la Luna, observados tan solo, por los millones de estrellas que surcaban el cosmos.
Una vez más, tu mirada escapa decidida a relegar para siempre los dolorosos recuerdos, pero esta vez, como por azar, tus ojos se detienen en la verja, la negra verja que permite salir de tu colorido jardín y que tantas veces cruzaste de la mano de tus hijos, en interminables paseos entre las solitarias colinas y los espinosos rosales, bañados místicamente por el ocaso del sol, en aquellos paseos donde de tus labios surgían miles de anécdotas inventadas, que colmaban de emoción sus pequeños rostros sonrojados, tantos recuerdos… nada puedes hacer porque se desvanezcan, todo a tu alrededor te recuerda a ellos, a tu familia perdida: el sol, el césped, los árboles el muro… en cierto modo todo está impregnado de ellos, sus almas parecen deambular eternamente en derredor tuya susurrándote tristes palabras al oído.
Súbitamente te asalta un fuerte sentimiento de pena, no por lo que fue, sino por lo que pudo haber sido, pena porque tus nietos jamás podrán correr bajo los árboles castaños, pena, en fin, por el tiempo perdido, por los últimos veinte años consumidos ante el infatigable sol, viviendo únicamente en el pasado.
Una imagen aparece bajo tus párpados, ahora entrecerrados, imaginas una áspera cuerda atada inexorablemente a tu arrugado cuello, imaginas tu decrépito cuerpo que se balancea con sorna entrechocando con las paredes, imaginas como será tu muerte…

Aquel lastimero anciano sintió el cansancio de su alma, había sufrido mucho pero no deseaba acabar de esta manera, estaba demasiado cansado incluso para terminar con su dolor, de manera que, pesadamente, volvió a apoyar la cabeza sobre el césped mientras miraba el muro, la verja, el cielo… y los recuerdos afloraban a su mente, así como las lagrimas a sus ojos, sabiendo que, de esta melancólica manera, se consumiría, lentamente, su vida.

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