Una voz en mi cabeza
   
 
  Piedras de agua -- 27 de abril
Todos los días pasaba por allí a la misma hora y siempre lo encontraba haciendo lo mismo; tirar piedras al río.
Tendría, qué se yo, ¿diez años?, siempre rehusaba responder a las preguntas intranscendentes, para ser sinceros he de decir que la mayoría de mis preguntas lo eran.
Un día me detuve a interrogarle, llevaba por lo menos un mes observándole lanzar piedrecitas al río desde un pequeño parque con suelo de gravilla, los demás niños se columpiaban o jugaban formando grupos, el parecía el único que encontraba algo que hacer solo.
-¿Qué haces?
Pregunté.
-Tiro piedras al río.
Respondió sin detenerse en su empresa.
-Eso ya lo veo…
-Para que se desborde.
Era una idea ridícula.
-¿Por qué quieres que se desborde?
Me miró como si la respuesta pareciese obvia.
-¿Te gusta esta ciudad?
-Claro que sí, es la única que tenemos.
No, la odiaba, pero todavía yo no lo sabía.
-Seríamos más felices sin ella.
Sus ojos parecían vidriados por el efecto del sol.
-Sufriríamos sin ella… No tendríamos donde trabajar, ni donde dormir, no tendríamos comida, ni…
-¿Y no sufres ahora?
Estaba discutiendo con un niño y me estaba ganando la partida.
-Sufrimos por tonterías…
Y me quedé sin nada que añadir.
-¿Y qué es mejor?
Dijo.
-¿Cuántos años tienes?
Pregunté desesperadamente, intentando escapar del tema.
-Sufrir por tonterías nos hace más infelices que sufrir con motivo.
Seguía tirando piedras… Se me ocurrió la extraña idea de que si en vez de saber cuántos años ha vivido una persona supiéramos los que le quedan por vivir… Actuaríamos de manera diferente…
-La fuerza de la corriente arrastra tus pequeñas piedrecitas hacia el mar haciendo inútil tu esfuerzo.
Creo que fueron algún tipo de venganza mis palabras contra aquel niño, en el fondo sabía que entendía la vida de una manera mucho más transparente de lo que yo jamás haría.
Mientras me alejaba sin despedirme, dijo:
-Mejor, así no haré daño a nadie.
Durante días evité pasar por mi viejo y conocido camino a orillas del río rancio que se pintaba con el sol a la misma hora que yo recorría sus barreras de ladrillo y hormigón… El nuevo camino parecía más corto y me acostumbré a él rápido, siempre intentamos ver mejor aquello que es nuevo y, esta vez, no encontré una excepción.
Así los días me hicieron enterrar mi encuentro con aquel niño y reconstruir los pabellones que su inocencia había derrumbado dentro de mí ser.
Durante meses fingí fingir no darme cuenta. Arrojando cada pregunta por la borda, como habría hecho aquel niño con sus débiles guijarros.
Así hasta que volvieron las nubes.
A veces se nos olvida que volverán.
Y pegado al televisor seguía la evolución de mi río a punto de desbordar, contenido en el último minuto por el azar, supongo.
Al día siguiente lancé mi primera piedra al río desde hacía años, sentí como todo mi mundo se hundía con el pellizco de oxígeno que la piedra había robado al aire y sumergía lentamente en el agua orinada del río sucio.
Odiaba aquella ciudad con toda mi alma.
Incluso mientras lanzaba mis piedras por la borda le decía para mis adentros: “Esta vez no tendrás tanta suerte”.
..."Tanta suerte como cuando era pequeño".


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